martes, 28 de junio de 2016

No me apetece

Hoy no me apetece, no.

Ayer mi cajón se abrió de par en par y liberó un poquito más, si cabe, a mi monstruo.
No seguiré contando hoy mi historia por donde me quedé el otro día porque ahora mismo eso, tampoco me apetece.

No me apetece nada que me den ánimos, ni que me digan que todo irá bien, ni que es para mejor, ni que en nada estaré bien, ni nada.
No me apetece que me sequen las lágrimas, quiero dejarlas caer hasta que pierdan fuerza o ya no tenga más.

No me apetece que nadie que no sepa cómo me duele física y psicológicamente el proceso por el que estoy ahora mismo, venga y me diga "te entiendo".

No me apetece que me llame nadie. No quiero recibir llamadas de nadie ante quienes tengo que aparentar estar lo mejor posible para que no se preocupen. Primero yo, y sí que lo estoy... ¿Por qué voy a tener que hacer que no se preocupen los demás?
¡¡Si es que no me apetece!!
Nadie más que yo está en mi piel para saber cómo me siento, si me duele, me preocupa, me amarga o me hace fuerte.

Por otro lado tampoco me apetece ver sufriendo a la persona que día a día me está acompañando por este empedrado y asqueroso camino para encerrar a mi monstruo.
Veo cada día en su rostro la preocupación que éste refleja, su apoyo constante sin tener que decir ni una palabra para que sienta que está ahí, tan sólo dejarme hacer, dejarme sentir, dejarme llorar o gritar si es lo que me sale.
No quiero ver cómo casi le duele más que a mí.
Eso me duele más que mi propia herida y no me apetece. No me apetece ver cómo su rostro se transforma en el de un niño pequeño asustado ante la oscuridad de la noche que utiliza una sábana como escudo para que no le pase nada.

Pero... ¿Cómo conciliar eso con cómo me siento?
Sólo me sale llorar, quejarme y dormir. No sé cómo lo aguanta, pero ahí está, siempre está.
No me agobia, no me incita a hacer cosas que no me apetecen. Sí sugiere ideas o me sorprende de las mil maneras que sólo él puede hacerlo para que aún llorando suelte una carcajada.
Con él si quiero llorar, lloro... Si quiero dormir, duermo... Si quiero reír, río... Si quiero gritar, grito...

No quiero que se preocupe en demasía por mí y le advierto cuando tengo un día en el que me siento como hoy para que no haga caso a mis locuras momentáneas. Es mi única forma de intentar conciliar poder desahogarme todo lo que necesito intentando a la vez que no se preocupe en exceso por mi estado.
Sé que tan sólo quiere verme sana y feliz y hasta que no lo esté, no cambiará su cara.

De todo lo demás, nada me apetece.
No me apetece volver al quirófano la semana próxima, no quiero volver a notar mi corazón latiendo a mil revoluciones mientras espero a ser anestesiada, no quiero volver a sentir la incertidumbre de si habrá salido todo bien cuando esté recién despierta de la anestesia, no quiero pasar otros días en el hospital trastornando a la familia para que hagan turnos para cuidarme, no quiero sentir más dolor ni preocuparme por si surgirán nuevas complicaciones como la que me lleva de vuelta al quirófano.
No me apetece curarme cada día y ver todas y cada una de las estrellas habidas y por haber.
No me apetece seguir llevando este claustrofóbico sujetador, como mínimo, otro mes más.
No me apetece seguir durmiendo como una momia porque es la única postura conveniente tras mi operación para que se asiente todo y aún así surjan complicaciones.
No me apetece notar ese horripilante olor que sólo yo noto pero me hace morir de asco el hecho de que alguien más pueda percibirlo y por ello esté todo el día rociándome con agua de colonia como si me estuviera fumigando a mí misma.
No me apetece no poder abrazar a mis perras, ni que mi marido siga durmiendo con ellas en el sofá para evitar que sin querer, puedan hacerme daño.
No me apetece que ante la imposibilidad de hacer cosas siga doliéndome cada día más la espalda.
No me apetece seguir cambiándome cada 3 días los asquerosos parches de morfina.
No me apetece seguir en casa sin trabajar sintiéndome una vieja pocha de 26 años.

Pero todavía me apetece menos que nadie venga a, con toda su buena intención, tocarme los cojones diciéndome que no es para tanto, que no lo piense y que pronto todo habrá acabado. No me apetece que me digan que hay gente muchísimo peor, cosa que ya me repito yo muchas veces y de la que soy consciente, pero eso no quita que a mí no me duela lo mío... No me apetece que nadie me diga nada parecido a todo esto y tampoco me apetece que se compadezca nadie de mí. No... Hoy no. 

Hoy me apetece sumergirme en mi propia mierda y nadar en ella, sacar sólo la cabeza para respirar un poco.
Me apetece repasar una y otra vez la asquerosa imagen que refleja el espejo de mi monstruo que hoy estás más crecido que nunca.
Me apetece quejarme de cuánto me duele, de qué meses de mierda me esperan, de lo harta que estoy de todo.
Me apetece gritar que siento asco, que me da asco lo que veo, lo que siento y lo que me queda por sentir hasta que por fin esté curada, y aunque lo que vea no es lo que querré ver, eso será lo de menos porque al menos veré sano a ese monstruo de mierda.

Si pudiera utilizar la fuerza (cosa que sólo empeoraría mi herida) daría golpes contra algo, rompería cosas... Ufff eso sí me apetece. Soltar la rabia.
Salir a la terraza y gritar que me siento mal, que me duele y que sólo me calma dormir a ratos porque sólo entonces es cuando no siento nada.

Que no se asuste nadie... Esto que escribo es mi forma de gritar, golpear cosas y soltar la rabia.

Quizás ya mañana esté mejor, haciendo mis chistes malos mientras me atiborro de helado y veo telebasura, mi adorada telebasura, esa que tanta gente critica y luego la ve a escondidas como si fuera algo de lo que avergonzarse... Esa es mi salvación muchas horas al día. Como la de tanta gente que triste o enferma no sale de casa y cuando toca alguno de sus programas favoritos no siente dolor ni tristeza, se abstrae y por un rato nada duele.

Quizás mañana y seguramente sea así, saque a flote esa fuerza interior contra la que no puede nadie y me encuentre mejor.
Seguramente mañana le dé un empujoncito al cajón y meta hacia dentro a mi monstruo para que me deje un poco en paz.

Pero hoy... Hoy no me apetece.























viernes, 24 de junio de 2016

Llegó la hora de encerrar a mi mosntruo

Veía que el camino por recorrer iba a ser largo, sentía que nunca iba a llegar el momento en el que iba a mirarme al espejo y decir, ahora sí, ya soy "normal".

Cierto es que realmente hasta la fecha no he podido sentir ese momento, creo que estoy por fin cerca de conseguirlo aunque también es cierto que ahora a mis 26 años se ven las cosas de otra manera, ¿qué es ser normal? Para mí a estas alturas ser normal es algo más bien aburrido que no una virtud.
Pero hoy, frente al espejo e incluso sin él, mi monstruo sigue saludándome cada mañana.

Recuerdo cuántas sesiones pasé con mi psicóloga, quien me hablaba de que el simple hecho de que me operaran no iba a cambiar por completo la visión que había adquirido de mí misma, que tenía un problema de autoestima más allá de mi abrumadora asimetría mamaria.
No se equivocaba, pero quién no tiene problemas de autoestima a lo largo de su vida y más en la adolescencia... No le daba importancia, yo sólo pensaba en cómo sería verme en el espejo tras mi operación.

Fueron varios cirujanos los que, ante mi vergüenza, valoraron mi caso en el centro de especialidades hasta que finalmente trasladaron mi expediente al departamento de cirugía plástica y quemados del hospital donde iban a intervenirme y allí tuve la primera visita con mi cirujana.
Me explicó en qué consistía la operación que me iban a realizar, algo más compleja de lo que yo creía:
Para solucionar el problema de la asimetría, en mi pecho sin desarrollar iban a colocarme una prótesis de silicona para así darle el tamaño que no tenía.
En el otro pecho, el que sí había crecido descaradamente pero deforme y caído, iban a hacerme una pequeña reducción y levantamiento para intentar que estuvieran lo más simétricas posible.

Yo era un manojo de nervios, Dios mío... ¿Qué significa todo esto? ¿Van a operarme los dos pechos? ¿Voy a perder sensibilidad en el pezón de mi pecho natural? ¿Por dónde introducirán la prótesis en mi minúsculo pecho? ¿Y la anestesia?
Uuuff... Sentía terror. Miles de dudas me asaltaban y mi cabeza no paraba de dar vueltas en torno a lo mismo.
Tenía una talla 95 bastante desarrollada en el pecho izquierdo. En el derecho creo que no tenía ni talla, tan sólo un pezón de igual tamaño al otro pero con una glándula mamaria que no alcanzaba ni tan siquiera una talla 80.
Recuerdo que mi padre para tranquilizarme me llevó a la consulta de un cirujano plástico privado que frecuentaba el restaurante donde él trabajaba y le pidió el favor de que hablase conmigo y poder así aclarar todas esas dudas que me acechaban y así fue.

Me encontraba sentada en el cómodo sillón de la consulta, negro, de piel y con brazos de madera, parece que pueda estar sentada de nuevo en él ahora mismo. 
Yo estaba ojiplática ante todo lo que me iba explicando, temerosa, admirando los dibujos que iba haciéndome en un papel sobre las distintas posibilidades de incisiones que podían hacerme para introducir la prótesis, cuál era el procedimiento para la operación del otro pecho... 
Iban a quedarme dos pechos del mismo tamaño, que aunque desnudos no iban a ser totalmente iguales, no iba a necesitar nunca más mi prótesis externa. A pesar de que tuviera un pecho de silicona y otro natural, esto sólo se notaría al tacto, en ropa interior o en biquini iba a parecer "normal".
A penas pregunté, a penas me salía la voz, sólo lágrimas, que me siguen saliendo en muchas ocasiones en cuanto a este tema se refiere, sin esperarlas brotan y no las puedo esconder, sólo dejarlas caer por un rato hasta que se cansen o me hagan reír, que es la opción que más me gusta.

Agradezco toda la paciencia y ayuda que se me prestó para que llevara mejor ese proceso y pudiera estar lo más tranquila posible, pero yo seguía con la sensación de no entender nada de nada.

Mi almohada se mojaba muchas noches con mis lágrimas, mientras yo apretaba los ojos con rabia, pero ésta iba acompañada de esperanza. Me decía a mí misma, dentro de poco esto habrá acabado y llegó la hora de encerrar a mi monstruo en su cajón para no abrirlo más. Cosa que más tarde descubriría que no iba a ser así.

Se acerca el día... Era diciembre del 2006 y había cumplido pocos meses antes los 17 años, para mi alegría habían considerado que prácticamente ya había terminado de desarrollarme y que para no hacerme sufrir más iban a operarme ya, al fin llegaba el ansiado momento.
Siento nervios y mucho miedo. Afortunadamente nunca me habían intervenido, ni tan siquiera había padecido más allá de algún esguince, mis constantes dolores de espalda y mis temidas amigdalitis agudas. 

Como un clavo a las 8:00 de la mañana me encontraba en el hospital de la mano de mis padres esperando habitación y que me interviniesen a lo largo de la mañana.
Ya en la habitación me di una ducha y me llevaron a una consulta en la que la cirujana (de la cual no me olvido ni de ella ni de su nombre, cosa que no voy a decir) me pintorrajeaba los pechos y sus alrededores para dejar marcado por dónde tenía que trabajar.
Tras eso me tumbé en la cama con un tranquilizante para mis nervios a esperar a que vinieran a llevarme a la "sala de torturas".

Recuerdo recorrer parte del hospital en la cama con las voces de mi familia de fondo dándome ánimos de camino al quirófano. Una vez allí recuerdo cómo me intentaban distraer hablándome y haciéndome todo tipo de preguntas hasta que de repente ya estaba anestesiada.
Mi siguiente recuerdo son las manos de mi madre tocándome los pies por encima de la sábana diciéndome "todo está bien hija, tranquila", mientras me llevaban a la "sala de despertar".

Una vez allí, volví a despertar intentando levantar los brazos. Oh no! ¡No puedo moverlos, no puedo mover ninguna parte de mi cuerpo! Aún era demasiado pronto y seguía teniendo efectos de la anestesia, vino una enfermera a tranquilizarme.
Cuando por fin conseguí con un esfuerzo descomunal mover un poco los brazos, me los llevé hasta mis vendados pechos, palpando por primera vez que ya tenía dos pechos
Ya tranquila volví a dormirme.

Recuerdo todo el proceso del postoperatorio como algo horrible, doloroso y desesperante. 
No podía hacer nada sola, no podía levantar los brazos, me daban de comer los primeros días, tenía que dormir por lo menos un mes como una momia, sin moverme de esa posición, ni tan siquiera podía ducharme y no podía ir al baño sola con todas las consecuencias que eso conlleva...

Al cabo de unas semanas al fin llegó el momento, iba a encerrar de un plumazo a mi monstruo en su cajón y el espejo y yo ya no seríamos enemigos.
Sentía eterno el momento en el que entre mi madre y mi abuela me iban desenrollando la venda que llevaba puesta para poder meterme por fin en la ducha.

Y de repente ahí estaba yo ante el espejo, sin poder articular palabra y con las lágrimas mojando ligeramente mis mejillas... 
Madre mía, soy yo y... ¡¡Al fin tengo dos pechos!!
Tenía un cóctel de sentimientos que no sé todavía cómo explicarlo bien; al fin mi otro pecho había crecido, estaban ambos hinchados y con los puntos todavía, no veía una imagen bonita pero sí gratificante. Lloraba de dolor y alivio al mismo tiempo.

Cuando pude articular palabra recuerdo decir alzando la voz: "Sigue siendo más grande, sigue siendo más grande, ¿es que no lo véis?, sigue siendo más grande".
No, por favor... Mi monstruo no se había encerrado en el puto cajón.

Mi familia negaba que esto fuera así, me decían que no, que estaban iguales, que no me preocupara más por ese tema. Incluso la cirujana en las revisiones lo negaba diciéndome que estaba obsesionada. Lo dejamos pasar, tan sólo tenía 17 años y ya había tenido bastante con todo lo sucedido, al menos tenía dos pechos casi del mismo tamaño.

Dejamos pasar por alto aquello sin saber que aún a día de hoy estaría lamentando las consecuencias...

Mi monstruo, aunque más pequeño, sigue aquí escribiendo conmigo.




jueves, 23 de junio de 2016

El monstruo perfecto

Ahí estaba yo, con mi fantástica prótesis externa que me acompañaba a todas partes y a la que tan sólo daba un respiro a la hora de dormir, momento en que se quedaba conmigo en la mesita de noche cual libro de cabecera.

Con ella me sentía mejor pero no del todo cómoda (por no hablar del calor que me daba), nunca olvidaba que sólo era un parche que tapaba una herida sin curar.
Era casi perfecta,tenía incluso un sutil pezón que a penas se notaba, pero un día tuve un pequeño descuido que abrió de nuevo mi cajón para añadir otro momento que me marcó mucho aún siendo una tontería, pero no para mi adolescencia.

Estaba en un cambio de clase, creo recordar que cambiábamos de aula en ese momento para ir a dar otra asignatura. Es que los cajones tienen la facilidad de dejar guardado en ellos sólo lo que les interesa... ¿No os ocurre?
En ese momento, los compañeros estábamos todos hablando, cogiendo nuestras cosas, de pie para acá y para allá mientras esperábamos a que el profesor de turno pusiera orden y es entonces cuando uno de mis compañeros advirtió algo en mí y me lo hizo saber entre risas:
"¿Qué pasa que sólo se te pone duro un pezón o qué?"
Avergonzada agaché la cabeza para observar qué ocurría; me había puesto un jersey rosa que aún recuerdo, me quedaba ajustado y era más fino de lo que creía... 
Debido a ello dejaba ver la formita de pezón que tenía mi prótesis externa.
Yo le hice un gesto de burla entre risas para que no le diera más importancia, pero rápidamente ya lo estaba comentando con los compañeros señalándome con el dedo y yo... no sabía dónde meterme. Incluso intenté disimuladamente despertar el pezón de mi otro pecho, cosa que no me hacía gracia, pero antes de que se me viera sí o sí uno, que se me vieran los dos me parecía mejor opción.

A partir de ese momento adopté una postura bastante incómoda para el día a día.
Cuando podía correr peligro de que volviera a ocurrir lo mismo colocaba mi manos por mi barbilla de forma que el codo y el resto del brazo quedase a la altura de mi falso pezón y así, no verse. También me echaba el pelo de un lado cuando su longitud me lo permitía o me ponía algún pañuelo en el cuello con gracia de que quedase tapando mis pechos.
Ahí estaba yo siempre pendiente de esos pequeños detalles que para mí eran como un salvavidas ante posibles futuras burlas o simples comentarios que sin mala intención, hacían daño.
Ni tan siquiera puedo recordar cuál de mis compañeros me preguntó aquello tan fuera de lugar pero tan propio de niñatos adolescentes que todos hemos sido en algún momento, por ello quizás ni me acuerdo, es tan absurdo que ni mi cajón lo quiere.

Mis días seguían transcurriendo, tenía un compañero de clase con el cuál no me soportaba, ni yo a él ni él a mí, pero nos tocaba quedar junto con algunas compañeras más tras las clases para ensayar una obra de teatro que teníamos que hacer para la asignatura de cultura clásica.
Siempre gastaba bromas y contaba chistes que no me hacían gracia. ¡Incluso a veces conseguía irritarme!
Entre tanto roce y tanta irritación, de repente, no sé en qué momento dejé de verle de esa forma y sin decir nada ambos nos decíamos todo con sólo mirarnos, no hacía falta más.

Quedamos en grupo ya por ocio varias veces y no mucho tiempo después ocurrió lo inevitable, el primer beso de verdad, ese que te hace flotar y volar alto, tan alto que olvidas hasta dónde estás. Cuando abrí los ojos estaba bajo un andamio, los que se supone dan mala suerte... Pues ahí sucedió la magia, ahora sí, realmente estaba enamorada.
Desde ese momento no nos separábamos, todos los días me hacía reír, me hacía sentirme despreocupada, me hacía brillar.

Pasaban los días, las semanas... ¿Cómo explicarle la monstruosidad que veía ante el espejo? ¿Qué iba a pensar él? ¿Ya no iba a quererme cuando viera cómo era? Si era capaz de mostrarme tal y como era ante él ¿qué cara pondrá? ¿Sentirá el mismo asco al verme que siento yo?
Todas esas preguntas me atormentaban una y otra vez, mi cabeza hacía películas sobre todas las circunstancias que podían darse cuando lo supiera, cuando me viera. Mi cabeza no podía estar más equivocada...

No recuerdo exactamente cómo sucedió cuando me atreví a mostrarle mi secreto, ni dónde estábamos, ni qué hacíamos. 
Yo intentaba explicar mi problema y qué cosa horrible escondía tras la ropa y su reacción más inmediata fue besarme y es que esa era su forma de hacerme callar cuando decía (a su juicio) tonterías. Eso era para él mi monstruo, una tontería que nunca tuvo en consideración para nada.
Él me hacía bajar los codos del pecho, me quitaba mis pañuelos, me apartaba el pelo y le daba protagonismo a mis mofletes mordiéndolos en cualquier ocasión, algo que no sé por qué extraña razón le gustaba tanto hacer.
La magia volvió a ocurrir de nuevo a otro nivel, al desnudo y con arena de por medio.
No importaba nada, ni la cama en el suelo, ni la arena, ni la persiana que no podía bajarse y dejaba entrar la luz de la noche la cual temía que podía alumbrar a mi monstruo, pero no, allí no había nadie más, no existían monstruos, sólo dos almas flotando entre sí.

No había necesidad de hablarle de mi secreto ya compartido con él, ni tan siquiera veía la necesidad de que tuviera que pasar por un quirófano para solucionar un problema que sólo era un problema para mí.
La única necesidad que veía en que pasara por eso era mi bienestar conmigo misma, que yo fuera para mí tan perfecta como lo era para él.

Veía en mí todo lo que yo no era ni tan siquiera capaz de apreciar...
Era una chica de 15 años estupenda que podía vencer las asignaturas que se me atragantaban, que era dulce, no era un monstruo, era una osa perezosa que tenía una boca enana de la que estaba enamorado y hacía mil bromas de ella, que podía conseguir todo lo que quisiera porque para él yo era capaz de alcanzar todo lo que pudiera proponerme, que no cantaba tan mal como yo decía, que era buena y noble, que no era suerte que tuviera esos ojos a su juicio tan bonitos, que era yo la súper-guerrera que podía conseguir todos los sueños que tuviera y apartar de mi lado todo lo que me hiciera mal... 
Que pueden pasar 3.000 años... 

Yo pensaba que deforme, anormal, incompleta y sintiendo asco de mí misma nadie iba a ver todo eso que no sabía que existía en mí, no cabía en mi cabeza que "estando así" alguien pudiese enamorarse de mí.

Pero sí, ahí estaba él para hacerme ver que eso era mentira y que si quería verme como un monstruo, tan sólo era el monstruo perfecto.


miércoles, 22 de junio de 2016

Se ha abierto el cajón...

Vivía en Málaga, feliz, en la costa mi pueblo, para mí el más bonito y del cual cada día estoy más enamorada... Mi Benalmádena.
Iba a mi colegio de siempre, con los amigos de siempre y lo nuevos que cada año todos hacíamos y yo creía sentirme enamorada cada año de un niño diferente (nada más lejos de la realidad... lo que supone sentir el amor lo descubrí unos años después).

Todo iba bien, disfrutaba pasando los fines de semana en casa de mi mejor amiga Carmen, siendo mi máxima preocupación que mi madre me permitiera repetir o no el próximo fin de semana y que no descubriera de cuántos chicos estaba "enamorada".

En esa temporada, con 11-12 años empecé a desarrollarme prematuramente de la mano de alguna de mis compañeras de clase... ¡Ya tenía el periodo! "Wooooww, soy una mujercita ya y soy de las primeras" pensaba yo. Eres testigo principal de cómo tu cuerpo empieza a experimentar ciertos cambios que todas conocemos y... yujuuuu nos van creciendo los pechos al fin (para aquellas niñas tontas que queríamos sentirnos mayores, cuando lo más bonito era aquella época, de la que se tienen los recuerdos más hermosos).
Entonces notaba que uno de mis ansiados pechos iba creciendo un poquito más adelantado que el otro, pero nada que un poquito de papel higiénico bajo los primeros sujetadores no pudiera solucionar. Tal vez ni eso hacía falta.

Llegaron mis 13 años, los cuales para mi tristeza cumplí en Valencia... Me mudé junto con mis padres y hermanos en busca de mejor estabilidad económica. Me sentía vacía, de pronto mi mundo se rompió, era tan sólo una cría en medio de una ciudad donde no tenía a nadie para compartir confidencias, donde no podía escapar cada fin de semana a compartir habitación con mi mejor amiga, juro que en aquellos meses creía morir, cosa que se ve distinta con mayor edad, aunque mi mayor deseo sigue siendo volver allí, donde respiro ese olor a hogar.

No me desvío más... Ya en el nuevo instituto, con nuevos compañeros y nuevos amigos, seguía creciendo, era una adolescente de 14 años a la que no le servía ya el papel higiénico para disimular. 

Los sujetadores no dejaban lugar a dudas, no sabía que talla ponerme, ni qué modelo... con copa, sin copa, con aro, sin aro, deportivos... El crudo espejo lo confirmaba del todo, algo no iba bien, mientras mi pecho izquierdo iba disparando su crecimiento cada vez más, el derecho parecía tener complejo de Peter Pan y no quería crecer, pero no pasaba nada, ¡mi madre tenía unas ideas realmente geniales para salir del paso!

Optamos por los sujetadores de aro y copa (los que la mayoría solemos llevar) y en ellos probamos varias cosas hasta dar con lo que mejor engañaba al ojo: ¡¡hombreras!! 
Mi madre me compraba varias y las cosía a la copa del sujetador para así simular más volumen en ese pecho. 
Más tarde me cosía varias copas de otros sujetadores al que iba a llevar.
En ese momento mi preocupación era que nadie pudiera tocarme, ya sea en juegos de adolescente, en gimnasia, o por simple casualidad... Que nadie notara que uno de mis pechos era todo gomaespuma de sujetador, duro y firme mientras el otro revelaba mucha más naturalidad. Oh! ... Se ha abierto mi cajón. En él ya empezaban a entrar todas estas cosas, casi todo mi mundo adolescente giraba en torno a lo mismo. El espejo se había vuelto mi mayor enemigo, en él veía un monstruo.

Ante todo esto, mis padres decidieron que era hora de ir al médico a ver a qué podía deberse tanta diferencia de tamaño entre un pecho y otro y así lo hicimos.
Mi doctora me decía "todas las mujeres tenemos un pecho más grande que otro, seguro que exageras, descúbrete para que lo vea". Yo le hice caso de inmediato y con la mayor de mis vergüenzas y lágrimas entre los ojos me descubrí y le enseñé mi secreto.
Puedo ver su cara ahora mismo como si fuera ayer y ésta era un poema. Su tono cambió a un poco más dulce, aunque a la vez serio y firme: " La única solución que puedes tener es la cirugía".
¿Quéeeeee? dije con asombro; mi inocencia me había hecho fantasear con que con algún tratamiento, quizás hormonal, podría solucionar mi problema... Pero no había otra salida más que la que me proporcionaba una operación, una noticia que cayó sobre mis 14 años como un jarro de agua fría, más cuando me informaron de que no podían operarme hasta obtener la mayoría de edad y terminar de desarollarme físicamente.

Para que la seguridad social cubriera mi ansiada operación tuve que pasar por el psiquiatra y el psicólogo, quienes tenían que reflejar en un informe las consecuencias psicológicas de mi monstruo que estaban haciendo mella en mí. También pasé por el cirujano plástico, quien me explicó en qué consistía mi problema: Asímetría mamaria con mama tuberosa. No entendía nada, todo esto era demasiado para mis 14 años, demasiado saber los años que tenía que esperar para llegar a la solución, la operación.

Pero un momento... ¡No todo era tan malo! El primer cirujano que me vio tuvo una idea brillante para amenizar mi espera... ¡Prótesis de silicona externas!
Recuerdo aquel momento en la ortopedia como uno de mis mejores días, las mejores compras de mi vida, sí, justo eso, el complemento secreto ideal para verme guapa.
Mi cajón guardó también este momento.
Recuerdo que habían sacado una  prótesis externa especial para el agua, la playa, la piscina... para todo aquello que yo evitaba mientras veía cómo disfrutaban todos los de mi alrededor a los que yo no paraba de poner excusas para no acompañarles a disfrutar de esos momentos. Pero era demasiado cara para pedirle a mi madre una segunda prótesis por capricho.

Mi abuela se anticipó a mi cumpleaños siendo como siempre generosa y dándome dinero para el cuál yo ya había encontrado una inversión genial: Mi mejor regalo de cumpleaños.
Contra las órdenes de mi madre corrí a la ortopedia y me la compré. ¡Qué feliz me sentía!
Mi madre me compó biquinis y les cosió un forrito para poder meter la prótesis y así evitar que pudiera salirse y descubrirse por sorpresa mi secreto ante todos.

Pero llevar mi complemento ideal tenía la pega de que no podía ponerse en cualquier sujetador y así me encontré, en plena adolescencia, llevando un sujetador de lactancia, el que mejor protegía, aguantaba y disimulaba la prótesis externa. Ahí mi cajón se abrió un poquito más y mi monstruo se volvía cada vez más gigante ante el espejo. 
Sí, sentía asco. No me sentía una chica completa, estaba deforme, me daba asco y sólo contaba los días para que llegara el día que más miedo me daba de toda mi vida hasta entonces, el de mi operación.

Pero aún faltaba mucho para eso... y mucho para descubrir que mi monstruo sólo existía en mí. Sólo lo veía yo.

No mucho tiempo después apareció alguien en mi vida, para el que no existían monstruos, desde ninguna perspectiva, vestida, desnuda, con o sin maquillaje, despeinada o no... sólo veía en mí un par de mofletes apetecibles de morder, una boca chiquitita sobre la que hacer bromas y todo lo que había en mi interior. Veía mucho más allá de lo que podía ver yo.
Me habló de una fuerza dentro de mí que tenía que sacar a relucir y ganar con ella a ese monstruo, yo misma.
Apareció el primer amor de verdad, para el que toda yo era perfecta.

¿Cómo un monstruo puede parecerle perfecto a alguien? 
Sólo hay una respuesta: por más que así me viera yo, no lo era, no había monstruo, sólo alguien a quien amar tal y como era...



martes, 21 de junio de 2016

Mi cajón llamado monstruo



Todos tenemos un cajón especial como inquilino permanentemente en nuestra cabeza, bueno, más bien tenemos varios... En realidad demasiados.
Hay un cajón que siempre está ahí, inamovible, imborrable, lleno de cosas que nos han marcado en la vida. Podríamos dividirlo en dos cajones: el de las cosas buenas y el de las cosas malas, que realmente son sólo un mismo cajón, pues ambas cosas se unen y nos hacen aprender y avanzar en la vida aunque no siempre nos guste su modus operandi.
De aquí en adelante quiero expresar, quizás incluso a modo de terapia o por distracción, todas esas cosas que tengo guardadas en un cajón que todavía está sin cerrar, mi cajón permanentemente abierto, el que a día de hoy sigue llenándose de bastantes cosas malas y algunas buenas aunque estoy en esa etapa en la que parecen sólo entrar dificultades y obstáculos en él.
Se trata del cajón donde guardo todas las cosas desde que empecé a tomar consciencia de que algo no iba del todo bien, que yo crecía sana, eso sí, pero no con el aspecto totalmente normal en cierta parte de mi cuerpo, no todo iba en consonancia como en las demás chicas que me rodeaban. Mi cajón llamado monstruo, donde ese monstruo aún sigo siendo yo. Exagerado quizás para los demás, pero no para mí, que en plena adolescencia ves todo como un mundo, cada adversidad parece un gigante invencible contra el que crees que no puedes luchar, pero sí, sí se puede aunque cuesta mucho darse cuenta.
Aunque mi adolescencia se quedó atrás hace ya bastantes años, a mis 26, sigo sintiéndome ese monstruo que empecé a ver en el espejo a los 14 años, ese monstruo que nadie ve; nadie más excepto yo. Estoy en un proceso que espero sea el último paso para encerrar a ese monstruo en el cajón, pero mucho me temo que jamás quedará del todo encerrado... Me gustaría expresar cómo me he sentido desde que todo empezó y cómo me siento ahora, dolorida física y mentalmente, triste, decepcionada, preguntándome ¿por qué? cada día y rebuscando en mí esa fuerza que sé que tengo para tratar de no dramatizar demasiado con esta historia y reponerme, curarme y cuando todo esté listo, mirarme al espejo y darle una patada a ese monstruo, que si no quiere desaparecer, empezaré a quererle más.
Quien lea esto y me conozca pensará: exagerada!!
Bien, en mi cabeza y dentro de mí sólo estoy yo; sólo yo sé cómo me siento, en qué consideración me tengo a mí misma y cómo me quiero o cómo quiero llegar a quererme. Cada uno tenemos nuestros dramas, yo, afortunadamente puedo decir que estoy sana, no perfecta de salud, demasiadas cositas me achacan para la edad que tengo, pero aún así muy afortunada... Hay muchas personas enfermas con dramas mucho superiores a los míos y soy plenamente consciente de ello, pero eso no quita que mi cajón abierto me esté jugando malas pasadas y no pueda evitar sentirme como en unas arenas movedizas de las que me cuesta mucho salir. Trato de avanzar, de salir de ellas y cuando parece que empiezo a salir a la superficie... resbalo y vuelvo a sentirme atrapada, con más camino y esfuerzo por delante. Pero no me rindo, quien está a mi lado en todo momento, quien me tiende su mano cada día para ayudarme a salir merece ver cómo lo sigo intentando, cómo no tiro la toalla y cómo al final voy a conseguirlo. Pero sobretodo me lo merezco yo, que soy la que convive con el monstruo desde el principio.
A la próxima trataré de contar cómo empezó a abrirse ese cajón y de qué va todo esto, de momento quiero volver al sofá en convivencia con mi cajón, por el cual estoy enferma ahora mismo, pero al que le ganaré, le daré una patada y lo cerraré y lo abriré tan sólo para recordar cómo conseguí salir de las arenas movedizas para poder pisar más fuerte que nunca, tierra firme.