jueves, 23 de junio de 2016

El monstruo perfecto

Ahí estaba yo, con mi fantástica prótesis externa que me acompañaba a todas partes y a la que tan sólo daba un respiro a la hora de dormir, momento en que se quedaba conmigo en la mesita de noche cual libro de cabecera.

Con ella me sentía mejor pero no del todo cómoda (por no hablar del calor que me daba), nunca olvidaba que sólo era un parche que tapaba una herida sin curar.
Era casi perfecta,tenía incluso un sutil pezón que a penas se notaba, pero un día tuve un pequeño descuido que abrió de nuevo mi cajón para añadir otro momento que me marcó mucho aún siendo una tontería, pero no para mi adolescencia.

Estaba en un cambio de clase, creo recordar que cambiábamos de aula en ese momento para ir a dar otra asignatura. Es que los cajones tienen la facilidad de dejar guardado en ellos sólo lo que les interesa... ¿No os ocurre?
En ese momento, los compañeros estábamos todos hablando, cogiendo nuestras cosas, de pie para acá y para allá mientras esperábamos a que el profesor de turno pusiera orden y es entonces cuando uno de mis compañeros advirtió algo en mí y me lo hizo saber entre risas:
"¿Qué pasa que sólo se te pone duro un pezón o qué?"
Avergonzada agaché la cabeza para observar qué ocurría; me había puesto un jersey rosa que aún recuerdo, me quedaba ajustado y era más fino de lo que creía... 
Debido a ello dejaba ver la formita de pezón que tenía mi prótesis externa.
Yo le hice un gesto de burla entre risas para que no le diera más importancia, pero rápidamente ya lo estaba comentando con los compañeros señalándome con el dedo y yo... no sabía dónde meterme. Incluso intenté disimuladamente despertar el pezón de mi otro pecho, cosa que no me hacía gracia, pero antes de que se me viera sí o sí uno, que se me vieran los dos me parecía mejor opción.

A partir de ese momento adopté una postura bastante incómoda para el día a día.
Cuando podía correr peligro de que volviera a ocurrir lo mismo colocaba mi manos por mi barbilla de forma que el codo y el resto del brazo quedase a la altura de mi falso pezón y así, no verse. También me echaba el pelo de un lado cuando su longitud me lo permitía o me ponía algún pañuelo en el cuello con gracia de que quedase tapando mis pechos.
Ahí estaba yo siempre pendiente de esos pequeños detalles que para mí eran como un salvavidas ante posibles futuras burlas o simples comentarios que sin mala intención, hacían daño.
Ni tan siquiera puedo recordar cuál de mis compañeros me preguntó aquello tan fuera de lugar pero tan propio de niñatos adolescentes que todos hemos sido en algún momento, por ello quizás ni me acuerdo, es tan absurdo que ni mi cajón lo quiere.

Mis días seguían transcurriendo, tenía un compañero de clase con el cuál no me soportaba, ni yo a él ni él a mí, pero nos tocaba quedar junto con algunas compañeras más tras las clases para ensayar una obra de teatro que teníamos que hacer para la asignatura de cultura clásica.
Siempre gastaba bromas y contaba chistes que no me hacían gracia. ¡Incluso a veces conseguía irritarme!
Entre tanto roce y tanta irritación, de repente, no sé en qué momento dejé de verle de esa forma y sin decir nada ambos nos decíamos todo con sólo mirarnos, no hacía falta más.

Quedamos en grupo ya por ocio varias veces y no mucho tiempo después ocurrió lo inevitable, el primer beso de verdad, ese que te hace flotar y volar alto, tan alto que olvidas hasta dónde estás. Cuando abrí los ojos estaba bajo un andamio, los que se supone dan mala suerte... Pues ahí sucedió la magia, ahora sí, realmente estaba enamorada.
Desde ese momento no nos separábamos, todos los días me hacía reír, me hacía sentirme despreocupada, me hacía brillar.

Pasaban los días, las semanas... ¿Cómo explicarle la monstruosidad que veía ante el espejo? ¿Qué iba a pensar él? ¿Ya no iba a quererme cuando viera cómo era? Si era capaz de mostrarme tal y como era ante él ¿qué cara pondrá? ¿Sentirá el mismo asco al verme que siento yo?
Todas esas preguntas me atormentaban una y otra vez, mi cabeza hacía películas sobre todas las circunstancias que podían darse cuando lo supiera, cuando me viera. Mi cabeza no podía estar más equivocada...

No recuerdo exactamente cómo sucedió cuando me atreví a mostrarle mi secreto, ni dónde estábamos, ni qué hacíamos. 
Yo intentaba explicar mi problema y qué cosa horrible escondía tras la ropa y su reacción más inmediata fue besarme y es que esa era su forma de hacerme callar cuando decía (a su juicio) tonterías. Eso era para él mi monstruo, una tontería que nunca tuvo en consideración para nada.
Él me hacía bajar los codos del pecho, me quitaba mis pañuelos, me apartaba el pelo y le daba protagonismo a mis mofletes mordiéndolos en cualquier ocasión, algo que no sé por qué extraña razón le gustaba tanto hacer.
La magia volvió a ocurrir de nuevo a otro nivel, al desnudo y con arena de por medio.
No importaba nada, ni la cama en el suelo, ni la arena, ni la persiana que no podía bajarse y dejaba entrar la luz de la noche la cual temía que podía alumbrar a mi monstruo, pero no, allí no había nadie más, no existían monstruos, sólo dos almas flotando entre sí.

No había necesidad de hablarle de mi secreto ya compartido con él, ni tan siquiera veía la necesidad de que tuviera que pasar por un quirófano para solucionar un problema que sólo era un problema para mí.
La única necesidad que veía en que pasara por eso era mi bienestar conmigo misma, que yo fuera para mí tan perfecta como lo era para él.

Veía en mí todo lo que yo no era ni tan siquiera capaz de apreciar...
Era una chica de 15 años estupenda que podía vencer las asignaturas que se me atragantaban, que era dulce, no era un monstruo, era una osa perezosa que tenía una boca enana de la que estaba enamorado y hacía mil bromas de ella, que podía conseguir todo lo que quisiera porque para él yo era capaz de alcanzar todo lo que pudiera proponerme, que no cantaba tan mal como yo decía, que era buena y noble, que no era suerte que tuviera esos ojos a su juicio tan bonitos, que era yo la súper-guerrera que podía conseguir todos los sueños que tuviera y apartar de mi lado todo lo que me hiciera mal... 
Que pueden pasar 3.000 años... 

Yo pensaba que deforme, anormal, incompleta y sintiendo asco de mí misma nadie iba a ver todo eso que no sabía que existía en mí, no cabía en mi cabeza que "estando así" alguien pudiese enamorarse de mí.

Pero sí, ahí estaba él para hacerme ver que eso era mentira y que si quería verme como un monstruo, tan sólo era el monstruo perfecto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario