miércoles, 22 de junio de 2016

Se ha abierto el cajón...

Vivía en Málaga, feliz, en la costa mi pueblo, para mí el más bonito y del cual cada día estoy más enamorada... Mi Benalmádena.
Iba a mi colegio de siempre, con los amigos de siempre y lo nuevos que cada año todos hacíamos y yo creía sentirme enamorada cada año de un niño diferente (nada más lejos de la realidad... lo que supone sentir el amor lo descubrí unos años después).

Todo iba bien, disfrutaba pasando los fines de semana en casa de mi mejor amiga Carmen, siendo mi máxima preocupación que mi madre me permitiera repetir o no el próximo fin de semana y que no descubriera de cuántos chicos estaba "enamorada".

En esa temporada, con 11-12 años empecé a desarrollarme prematuramente de la mano de alguna de mis compañeras de clase... ¡Ya tenía el periodo! "Wooooww, soy una mujercita ya y soy de las primeras" pensaba yo. Eres testigo principal de cómo tu cuerpo empieza a experimentar ciertos cambios que todas conocemos y... yujuuuu nos van creciendo los pechos al fin (para aquellas niñas tontas que queríamos sentirnos mayores, cuando lo más bonito era aquella época, de la que se tienen los recuerdos más hermosos).
Entonces notaba que uno de mis ansiados pechos iba creciendo un poquito más adelantado que el otro, pero nada que un poquito de papel higiénico bajo los primeros sujetadores no pudiera solucionar. Tal vez ni eso hacía falta.

Llegaron mis 13 años, los cuales para mi tristeza cumplí en Valencia... Me mudé junto con mis padres y hermanos en busca de mejor estabilidad económica. Me sentía vacía, de pronto mi mundo se rompió, era tan sólo una cría en medio de una ciudad donde no tenía a nadie para compartir confidencias, donde no podía escapar cada fin de semana a compartir habitación con mi mejor amiga, juro que en aquellos meses creía morir, cosa que se ve distinta con mayor edad, aunque mi mayor deseo sigue siendo volver allí, donde respiro ese olor a hogar.

No me desvío más... Ya en el nuevo instituto, con nuevos compañeros y nuevos amigos, seguía creciendo, era una adolescente de 14 años a la que no le servía ya el papel higiénico para disimular. 

Los sujetadores no dejaban lugar a dudas, no sabía que talla ponerme, ni qué modelo... con copa, sin copa, con aro, sin aro, deportivos... El crudo espejo lo confirmaba del todo, algo no iba bien, mientras mi pecho izquierdo iba disparando su crecimiento cada vez más, el derecho parecía tener complejo de Peter Pan y no quería crecer, pero no pasaba nada, ¡mi madre tenía unas ideas realmente geniales para salir del paso!

Optamos por los sujetadores de aro y copa (los que la mayoría solemos llevar) y en ellos probamos varias cosas hasta dar con lo que mejor engañaba al ojo: ¡¡hombreras!! 
Mi madre me compraba varias y las cosía a la copa del sujetador para así simular más volumen en ese pecho. 
Más tarde me cosía varias copas de otros sujetadores al que iba a llevar.
En ese momento mi preocupación era que nadie pudiera tocarme, ya sea en juegos de adolescente, en gimnasia, o por simple casualidad... Que nadie notara que uno de mis pechos era todo gomaespuma de sujetador, duro y firme mientras el otro revelaba mucha más naturalidad. Oh! ... Se ha abierto mi cajón. En él ya empezaban a entrar todas estas cosas, casi todo mi mundo adolescente giraba en torno a lo mismo. El espejo se había vuelto mi mayor enemigo, en él veía un monstruo.

Ante todo esto, mis padres decidieron que era hora de ir al médico a ver a qué podía deberse tanta diferencia de tamaño entre un pecho y otro y así lo hicimos.
Mi doctora me decía "todas las mujeres tenemos un pecho más grande que otro, seguro que exageras, descúbrete para que lo vea". Yo le hice caso de inmediato y con la mayor de mis vergüenzas y lágrimas entre los ojos me descubrí y le enseñé mi secreto.
Puedo ver su cara ahora mismo como si fuera ayer y ésta era un poema. Su tono cambió a un poco más dulce, aunque a la vez serio y firme: " La única solución que puedes tener es la cirugía".
¿Quéeeeee? dije con asombro; mi inocencia me había hecho fantasear con que con algún tratamiento, quizás hormonal, podría solucionar mi problema... Pero no había otra salida más que la que me proporcionaba una operación, una noticia que cayó sobre mis 14 años como un jarro de agua fría, más cuando me informaron de que no podían operarme hasta obtener la mayoría de edad y terminar de desarollarme físicamente.

Para que la seguridad social cubriera mi ansiada operación tuve que pasar por el psiquiatra y el psicólogo, quienes tenían que reflejar en un informe las consecuencias psicológicas de mi monstruo que estaban haciendo mella en mí. También pasé por el cirujano plástico, quien me explicó en qué consistía mi problema: Asímetría mamaria con mama tuberosa. No entendía nada, todo esto era demasiado para mis 14 años, demasiado saber los años que tenía que esperar para llegar a la solución, la operación.

Pero un momento... ¡No todo era tan malo! El primer cirujano que me vio tuvo una idea brillante para amenizar mi espera... ¡Prótesis de silicona externas!
Recuerdo aquel momento en la ortopedia como uno de mis mejores días, las mejores compras de mi vida, sí, justo eso, el complemento secreto ideal para verme guapa.
Mi cajón guardó también este momento.
Recuerdo que habían sacado una  prótesis externa especial para el agua, la playa, la piscina... para todo aquello que yo evitaba mientras veía cómo disfrutaban todos los de mi alrededor a los que yo no paraba de poner excusas para no acompañarles a disfrutar de esos momentos. Pero era demasiado cara para pedirle a mi madre una segunda prótesis por capricho.

Mi abuela se anticipó a mi cumpleaños siendo como siempre generosa y dándome dinero para el cuál yo ya había encontrado una inversión genial: Mi mejor regalo de cumpleaños.
Contra las órdenes de mi madre corrí a la ortopedia y me la compré. ¡Qué feliz me sentía!
Mi madre me compó biquinis y les cosió un forrito para poder meter la prótesis y así evitar que pudiera salirse y descubrirse por sorpresa mi secreto ante todos.

Pero llevar mi complemento ideal tenía la pega de que no podía ponerse en cualquier sujetador y así me encontré, en plena adolescencia, llevando un sujetador de lactancia, el que mejor protegía, aguantaba y disimulaba la prótesis externa. Ahí mi cajón se abrió un poquito más y mi monstruo se volvía cada vez más gigante ante el espejo. 
Sí, sentía asco. No me sentía una chica completa, estaba deforme, me daba asco y sólo contaba los días para que llegara el día que más miedo me daba de toda mi vida hasta entonces, el de mi operación.

Pero aún faltaba mucho para eso... y mucho para descubrir que mi monstruo sólo existía en mí. Sólo lo veía yo.

No mucho tiempo después apareció alguien en mi vida, para el que no existían monstruos, desde ninguna perspectiva, vestida, desnuda, con o sin maquillaje, despeinada o no... sólo veía en mí un par de mofletes apetecibles de morder, una boca chiquitita sobre la que hacer bromas y todo lo que había en mi interior. Veía mucho más allá de lo que podía ver yo.
Me habló de una fuerza dentro de mí que tenía que sacar a relucir y ganar con ella a ese monstruo, yo misma.
Apareció el primer amor de verdad, para el que toda yo era perfecta.

¿Cómo un monstruo puede parecerle perfecto a alguien? 
Sólo hay una respuesta: por más que así me viera yo, no lo era, no había monstruo, sólo alguien a quien amar tal y como era...



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