viernes, 24 de junio de 2016

Llegó la hora de encerrar a mi mosntruo

Veía que el camino por recorrer iba a ser largo, sentía que nunca iba a llegar el momento en el que iba a mirarme al espejo y decir, ahora sí, ya soy "normal".

Cierto es que realmente hasta la fecha no he podido sentir ese momento, creo que estoy por fin cerca de conseguirlo aunque también es cierto que ahora a mis 26 años se ven las cosas de otra manera, ¿qué es ser normal? Para mí a estas alturas ser normal es algo más bien aburrido que no una virtud.
Pero hoy, frente al espejo e incluso sin él, mi monstruo sigue saludándome cada mañana.

Recuerdo cuántas sesiones pasé con mi psicóloga, quien me hablaba de que el simple hecho de que me operaran no iba a cambiar por completo la visión que había adquirido de mí misma, que tenía un problema de autoestima más allá de mi abrumadora asimetría mamaria.
No se equivocaba, pero quién no tiene problemas de autoestima a lo largo de su vida y más en la adolescencia... No le daba importancia, yo sólo pensaba en cómo sería verme en el espejo tras mi operación.

Fueron varios cirujanos los que, ante mi vergüenza, valoraron mi caso en el centro de especialidades hasta que finalmente trasladaron mi expediente al departamento de cirugía plástica y quemados del hospital donde iban a intervenirme y allí tuve la primera visita con mi cirujana.
Me explicó en qué consistía la operación que me iban a realizar, algo más compleja de lo que yo creía:
Para solucionar el problema de la asimetría, en mi pecho sin desarrollar iban a colocarme una prótesis de silicona para así darle el tamaño que no tenía.
En el otro pecho, el que sí había crecido descaradamente pero deforme y caído, iban a hacerme una pequeña reducción y levantamiento para intentar que estuvieran lo más simétricas posible.

Yo era un manojo de nervios, Dios mío... ¿Qué significa todo esto? ¿Van a operarme los dos pechos? ¿Voy a perder sensibilidad en el pezón de mi pecho natural? ¿Por dónde introducirán la prótesis en mi minúsculo pecho? ¿Y la anestesia?
Uuuff... Sentía terror. Miles de dudas me asaltaban y mi cabeza no paraba de dar vueltas en torno a lo mismo.
Tenía una talla 95 bastante desarrollada en el pecho izquierdo. En el derecho creo que no tenía ni talla, tan sólo un pezón de igual tamaño al otro pero con una glándula mamaria que no alcanzaba ni tan siquiera una talla 80.
Recuerdo que mi padre para tranquilizarme me llevó a la consulta de un cirujano plástico privado que frecuentaba el restaurante donde él trabajaba y le pidió el favor de que hablase conmigo y poder así aclarar todas esas dudas que me acechaban y así fue.

Me encontraba sentada en el cómodo sillón de la consulta, negro, de piel y con brazos de madera, parece que pueda estar sentada de nuevo en él ahora mismo. 
Yo estaba ojiplática ante todo lo que me iba explicando, temerosa, admirando los dibujos que iba haciéndome en un papel sobre las distintas posibilidades de incisiones que podían hacerme para introducir la prótesis, cuál era el procedimiento para la operación del otro pecho... 
Iban a quedarme dos pechos del mismo tamaño, que aunque desnudos no iban a ser totalmente iguales, no iba a necesitar nunca más mi prótesis externa. A pesar de que tuviera un pecho de silicona y otro natural, esto sólo se notaría al tacto, en ropa interior o en biquini iba a parecer "normal".
A penas pregunté, a penas me salía la voz, sólo lágrimas, que me siguen saliendo en muchas ocasiones en cuanto a este tema se refiere, sin esperarlas brotan y no las puedo esconder, sólo dejarlas caer por un rato hasta que se cansen o me hagan reír, que es la opción que más me gusta.

Agradezco toda la paciencia y ayuda que se me prestó para que llevara mejor ese proceso y pudiera estar lo más tranquila posible, pero yo seguía con la sensación de no entender nada de nada.

Mi almohada se mojaba muchas noches con mis lágrimas, mientras yo apretaba los ojos con rabia, pero ésta iba acompañada de esperanza. Me decía a mí misma, dentro de poco esto habrá acabado y llegó la hora de encerrar a mi monstruo en su cajón para no abrirlo más. Cosa que más tarde descubriría que no iba a ser así.

Se acerca el día... Era diciembre del 2006 y había cumplido pocos meses antes los 17 años, para mi alegría habían considerado que prácticamente ya había terminado de desarrollarme y que para no hacerme sufrir más iban a operarme ya, al fin llegaba el ansiado momento.
Siento nervios y mucho miedo. Afortunadamente nunca me habían intervenido, ni tan siquiera había padecido más allá de algún esguince, mis constantes dolores de espalda y mis temidas amigdalitis agudas. 

Como un clavo a las 8:00 de la mañana me encontraba en el hospital de la mano de mis padres esperando habitación y que me interviniesen a lo largo de la mañana.
Ya en la habitación me di una ducha y me llevaron a una consulta en la que la cirujana (de la cual no me olvido ni de ella ni de su nombre, cosa que no voy a decir) me pintorrajeaba los pechos y sus alrededores para dejar marcado por dónde tenía que trabajar.
Tras eso me tumbé en la cama con un tranquilizante para mis nervios a esperar a que vinieran a llevarme a la "sala de torturas".

Recuerdo recorrer parte del hospital en la cama con las voces de mi familia de fondo dándome ánimos de camino al quirófano. Una vez allí recuerdo cómo me intentaban distraer hablándome y haciéndome todo tipo de preguntas hasta que de repente ya estaba anestesiada.
Mi siguiente recuerdo son las manos de mi madre tocándome los pies por encima de la sábana diciéndome "todo está bien hija, tranquila", mientras me llevaban a la "sala de despertar".

Una vez allí, volví a despertar intentando levantar los brazos. Oh no! ¡No puedo moverlos, no puedo mover ninguna parte de mi cuerpo! Aún era demasiado pronto y seguía teniendo efectos de la anestesia, vino una enfermera a tranquilizarme.
Cuando por fin conseguí con un esfuerzo descomunal mover un poco los brazos, me los llevé hasta mis vendados pechos, palpando por primera vez que ya tenía dos pechos
Ya tranquila volví a dormirme.

Recuerdo todo el proceso del postoperatorio como algo horrible, doloroso y desesperante. 
No podía hacer nada sola, no podía levantar los brazos, me daban de comer los primeros días, tenía que dormir por lo menos un mes como una momia, sin moverme de esa posición, ni tan siquiera podía ducharme y no podía ir al baño sola con todas las consecuencias que eso conlleva...

Al cabo de unas semanas al fin llegó el momento, iba a encerrar de un plumazo a mi monstruo en su cajón y el espejo y yo ya no seríamos enemigos.
Sentía eterno el momento en el que entre mi madre y mi abuela me iban desenrollando la venda que llevaba puesta para poder meterme por fin en la ducha.

Y de repente ahí estaba yo ante el espejo, sin poder articular palabra y con las lágrimas mojando ligeramente mis mejillas... 
Madre mía, soy yo y... ¡¡Al fin tengo dos pechos!!
Tenía un cóctel de sentimientos que no sé todavía cómo explicarlo bien; al fin mi otro pecho había crecido, estaban ambos hinchados y con los puntos todavía, no veía una imagen bonita pero sí gratificante. Lloraba de dolor y alivio al mismo tiempo.

Cuando pude articular palabra recuerdo decir alzando la voz: "Sigue siendo más grande, sigue siendo más grande, ¿es que no lo véis?, sigue siendo más grande".
No, por favor... Mi monstruo no se había encerrado en el puto cajón.

Mi familia negaba que esto fuera así, me decían que no, que estaban iguales, que no me preocupara más por ese tema. Incluso la cirujana en las revisiones lo negaba diciéndome que estaba obsesionada. Lo dejamos pasar, tan sólo tenía 17 años y ya había tenido bastante con todo lo sucedido, al menos tenía dos pechos casi del mismo tamaño.

Dejamos pasar por alto aquello sin saber que aún a día de hoy estaría lamentando las consecuencias...

Mi monstruo, aunque más pequeño, sigue aquí escribiendo conmigo.




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